A raíz de la publicación de la versión actualizada de la guía GesEPOC1, queremos felicitar a los autores de la misma, ya que dicha guía ha supuesto desde su publicación un antes y un después en el manejo de la EPOC en nuestro país, enriqueciéndose con la participación de nuevas sociedades científicas y aportando una visión más integral e integradora. Como en muchas otras entidades, el abordaje específico del paciente anciano con EPOC es muy complejo, y afrontar todos los aspectos relacionados con el envejecimiento conlleva importantes dificultades. Sin embargo, creemos que alguna de las siguientes sugerencias puede ser de utilidad en posteriores revisiones del documento.
Más allá de la valoración clínica tradicional, el análisis de los síndromes geriátricos que condicionan de manera notable los diferentes procedimientos diagnósticos y terapéuticos, debe incorporar una valoración geriátrica integral que incluya además de factores sociales, la presencia de circunstancias como defectos visuales o auditivos, déficits funcionales o cognitivos o alteraciones musculoesqueléticas como la sarcopenia. Estas últimas, por ejemplo, pueden condicionar la técnica inhalatoria para el correcto uso de dispositivos o la precisión diagnóstica.
Por otro lado, a pesar del reconocimiento de la comorbilidad como un factor destacado en el manejo del paciente con EPOC, en el anciano hay que incidir en enfermedades como la demencia desde fases iniciales. Las exacerbaciones por ejemplo están vinculadas al deterioro cognitivo, pudiendo llegar a ser un factor clave que puede descompensar a un paciente y hacerle cruzar el umbral diagnóstico hacia episodios de delirium o establecer el diagnóstico de demencia2. Además, la importante multimorbilidad en esta población provoca de manera casi inherente la presencia de polifarmacia y mayor riesgo de iatrogenia farmacológica en una población ya vulnerable basalmente. El abordaje de la deprescripción, el uso de corticoides y sus efectos secundarios, y la necesidad de un abordaje sensato de la hiperglucemia son algunos de los aspectos que hay que abordar en futuros consensos.
Un factor muy importante a tener en cuenta también es el concepto de fragilidad. La prevalencia de fragilidad y pre-fragilidad en esta población en algunos estudios es del 6,6 y del 41,3%, respectivamente3. Estas cifras por sí mismas son ya reflejo de la importancia de detectar esta característica clínica para facilitar intervenciones más precoces4. Íntimamente ligado al concepto de fragilidad está el de funcionalidad. Los modelos tradicionales se han basado en la evaluación cuantitativa y cualitativa de las enfermedades, haciendo de este paradigma el foco principal de su atención. Sin embargo este enfoque ha quedado desfasado al seguir el prototipo arcaico de la medicina basada en enfermedades aisladas5. La salud de las personas mayores se debe medir en términos de función y no de enfermedad, ya que la funcionalidad es la que determina la expectativa y la calidad de vida, así como los apoyos o recursos que requerirá, siendo uno de los mejores indicadores del estado de salud y predictor de discapacidad incidente.