Hemos leído con interés los recientes comentarios sobre la Normativa SEPAR de estadificación del cáncer de pulmón que hacen referencia al papel de la PET-TC1. Los autores sugieren en primer lugar la conveniencia de incluir inicialmente para dicha prueba a los pacientes provisionalmente clasificados en estadio IIIB, y apoyan su sugerencia en 2 importantes publicaciones2,3, una de las cuales fue incluida en la bibliografía de la Normativa2. En esas publicaciones, al igual que en la Normativa SEPAR, se hace especial hincapié en optimizar la selección de pacientes candidatos a cirugía. Sin embargo, los autores de esos trabajos basan sus consideraciones en la última clasificación TNM de Mountain, y no en la de la edición reciente, ya ampliamente aceptada, de la IASLC4. En esta última, la inclusión de los subgrupos T4N0 y T4N1 (algunos de los cuales, según cuál sea el criterio descriptor de T4, podrían tener opción quirúrgica) en la categoría IIIA —antes considerados IIIB— facilita que el límite o frontera actual entre IIIA y IIIB sea bastante más próximo al que separa a los tumores potencialmente resecables de los que no lo son. Por tanto, en nuestra opinión, salvo circunstancias muy excepcionales, ante un paciente ya clasificado por otros medios como IIIB (según la actual clasificación TNM), la PET-TC poco podría aportar con respecto a la decisión quirúrgica. Sin embargo, sí nos parecen acertados sus comentarios sobre el valor potencial de dicha prueba con vistas a una mejor planificación del tratamiento con radioterapia torácica en aquellos pacientes a los que se considere candidatos. Aquí, la PET-TC puede contribuir a una definición más exacta del volumen a irradiar5.
Un segundo aspecto comentado por los autores se refiere al elevado rendimiento diagnóstico de la PET-TC ante posibles metástasis óseas. A este respecto, estamos plenamente de acuerdo, y así se expresa en la Normativa, en la que también se menciona el valor de la PET-TC para detectar posibles metástasis ocultas en localizaciones poco habituales. Sin embargo, pensamos que la gammagrafía ósea, un procedimiento más económico y más universalmente disponible, aunque menos eficaz que la PET-TC, sigue siendo útil y, a menudo, cuando sus resultados se interpretan conjuntamente con una detallada anamnesis y exploración física, permiten clasificar a algunos pacientes en estadio TNM IV con razonable certeza, lo que puede evitar ulteriores pruebas. Creemos que este proceder, habitual en muchos centros que no disponen de acceso fácil y rápido a la PET-TC, se justifica por una administración racional y eficiente de los medios disponibles. Naturalmente, esto no significa que no pueda ser más eficaz, si los recursos y los tiempos de demora lo permiten, realizar directamente una PET-TC.
Por último, agradecemos los comentarios y sugerencias de los autores que, sin duda, contribuyen a aclarar la utilidad y los límites de los procedimientos de estadificación del carcinoma de pulmón.