Introducción
En los países occidentales el tabaquismo es el principal problema de salud pública, no sólo en adultos sino también en jóvenes y adolescentes1. A pesar de que las evidencias científicas demuestran que el consumo de tabaco es causa de muerte y enfermedad irremediable, el tabaquismo va en aumento entre los jóvenes debido a la agresividad con que la industria del tabaco promociona sus productos entre las nuevas generaciones de potenciales fumadores2.
Según el Plan Nacional de Drogas3 (en su encuesta realizada en el año 2000), el tabaco es, después del alcohol, la droga más consumida entre los estudiantes de secundaria, como lo acredita el hecho de que un 34,4% ha fumado en alguna ocasión. El consumo de tabaco es superior entre las chicas y, a medida que aumenta la edad de los escolares, se acentúan las diferencias en la prevalencia a favor de las chicas. La edad está claramente asociada al consumo de tabaco, el cual aumenta desde los 14 hasta los 18 años. Los adolescentes son un blanco fácil y la industria del tabaco lo sabe, por lo que dirige la mayor parte de sus campañas a esta población. En los últimos años la publicidad del tabaco ha ido encaminada a los jóvenes y sobre todo a la mujer, que en poco tiempo va igualando su consumo al del varón4.
Fumar a edades tempranas es un factor de riesgo para la dependencia a la nicotina en edades más avanzadas. Si un adolescente sabe evitar el tabaco, es poco probable que de adulto sea fumador5. La incorporación en esta etapa de hábitos como el tabaquismo hace que sean difíciles de modificar una vez establecidos y se mantienen en la vida adulta6.
La prevención del hábito tabáquico en jóvenes debe abordarse desde 2 perspectivas: con la limitación de la publicidad, como se recoge en el Real Decreto 192/1988, y, desde el punto de vista educativo, potenciando la introducción de la educación para la salud7.
La educación para la salud forma parte de la educación integral que niños y jóvenes deben recibir para promover en ellos estilos de vida saludables y prevenir el tabaquismo o cualquier otra drogodependencia8. En España, el Plan Nacional sobre Drogas ha logrado que disminuya el consumo de algunas sustancias tóxicas, pero no ha conseguido disminuir el consumo de tabaco entre los adolescentes3. Es posible que con la inclusión de la educación para la salud en la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) se intente reproducir en nuestro país los programas que han tenido éxito en otros9-11.
La eficacia de los programas de intervención contra el tabaco en la población escolar queda demostrada por diversos autores como Barrueco et al1, De la Cruz Amorós et al2 y Ellickson et al12, y todo el mundo está de acuerdo en la mayor rentabilidad de las intervenciones sobre la población juvenil en relación con otros grupos de edad.
El objetivo de nuestro trabajo ha sido conocer las características del consumo de tabaco y factores asociados en jóvenes de nuestro entorno, a la vez que se intenta desarrollar un programa de información sobre los efectos perjudiciales del tabaco y de promoción de estilos de vida saludable que pudiesen incidir en una disminución del consumo de tabaco en esta población.
Población y métodos
Se ha realizado un programa de intervención de 6 meses de duración en estudiantes de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) de un instituto de la provincia de Málaga, así como un estudio observacional transversal con recogida de datos en 2 momentos. El programa se desarrolló durante el curso escolar 2002-2003 con la colaboración de los profesores del centro. Antes de comenzar con las sesiones se entregó una encuesta compuesta de 13 preguntas cerradas (similar a la encuesta de Europa contra el Cáncer), que exploraban las siguientes variables: sexo, edad, actitud ante el tabaco, práctica de deporte, hábito tabáquico de los familiares y conocimientos sobre los efectos perjudiciales del tabaco (tabla I). Los alumnos contestaron dicho cuestionario, que era anónimo, justo antes de recibir la formación sobre tabaquismo.
La población diana estaba formada por 647 adolescentes de entre 13 y 18 años de edad que cursaban segundo, tercero y cuarto de ESO o primero de bachillerato.
El contenido de la intervención estaba orientado a informar de la magnitud del problema del tabaquismo, sus componentes y efectos patológicos y a analizar las campañas publicitarias que realizan las grandes compañías tabacaleras. Para el desarrollo de estas sesiones se habilitó un aula de audiovisuales y el número de alumnos por cada sesión fue de 50. El material utilizado era de creación propia, basado en el programa de prevención del tabaquismo de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica, y constaba de diapositivas, cuestionarios y transparencias. Asimismo, se distribuyeron por todo el centro escolar carteles informativos que recordaban la prohibición de fumar.
Finalizadas las sesiones, se organizaron reuniones moderadas por el profesorado con el fin de evaluar si los alumnos consideraban de utilidad la intervención realizada y se les entregó una nueva encuesta para valorar la eficacia de dichas sesiones (tabla II).
Las respuestas de la primera y segunda encuestas se almacenaron en una base de datos y se analizaron con el programa SPSS. Se utilizó la prueba de la χ2 para valorar la significación estadística de las variables.
Resultados
Participó en el programa un total de 647 alumnos, de los cuales 337 (52,09%) cumplimentaron los cuestionarios. De la muestra final, 171 alumnos (50,7%) eran varones y 166 (49,3%) mujeres. De forma global se declaraban fumadores el 27% y un 73% no fumadores. El consumo de tabaco era significativamente mayor (p < 0,001) en las mujeres (36,1%) que en los varones (18,1%).
La prevalencia de consumo aumentaba con la edad: mientras que a los 13 años sólo se declaraban fumadores el 12,2%, a los 18 años la prevalencia ascendía al 55,6% (fig. 1). El consumo se incrementaba progresivamente con la edad, sobre todo en las mujeres. A los 18 años se apreciaban notables diferencias entre ambos sexos, con una prevalencia de consumo del 21,4% para los varones y del 71,4% para las mujeres (fig. 2).
Fig. 1. Distribución del hábito tabáquico por edades.
Fig. 2. Distribución del hábito tabáquico por edad y sexo.
La frecuencia de consumo de tabaco entre los escolares que afirmaban ser fumadores se distribuyó del siguiente modo: un 66,3% de consumidores diarios, un 32,6% de consumidores esporádicos y un 1,1% que sólo fumaba los fines de semanas.
La edad de comienzo se situaba a los 13 o 14 años, con un 21,6 y un 41,6%, respectivamente. Los motivos para iniciar el consumo del tabaco fueron probar algo nuevo (52,5%), el hecho de que sus amigos fumasen (33,9%), la adolescencia (1,7%) y otros (11,9%).
Entre los escolares que no se declaraban fumadores, afirmaban haber probado el tabaco en alguna ocasión el 36,5%, porcentaje que aumentaba progresivamente con la edad, de modo que a los 18 años un 68% de los escolares lo habían probado. Por sexos, eran más las mujeres que lo habían probado, con un 60%, frente al 42,6% de los varones (p < 0,001).
Cuando preguntamos a los que habían probado el tabaco y se reconocían no fumadores qué les había motivado a no seguir fumando, obtuvimos las siguientes respuestas: pensaba que no era bueno para su salud el 36,2%, debido al mal sabor del tabaco el 34,5%, porque practicaba algún deporte el 6,9%, porque encontraba absurdo fumar el 7,8%, por sus padres el 4,3% y no sabía especificar las razones el 10,3%.
La prevalencia del consumo de tabaco entre los familiares se distribuyó de la siguiente forma: un 32,4% no tenía ningún familiar fumador, en un 19,3% de los casos fumaba el padre, en un 13,1% la madre, en un 12,5% algún hermano, en un 16,6% el padre y la madre y en un 5,9% todos los familiares. La relación entre el hábito tabáquico de los estudiantes y el consumo de familiares queda reflejada en la tabla III.
El 74,8% de los estudiantes encuestados reconocía tener amigos fumadores. El porcentaje de amigos fumadores era más alto si el escolar también lo era (tabla IV).
El 64,7% practicaba algún deporte. Sin embargo, mientras que el 83,6% de los chicos realizaba alguna actividad deportiva, sólo el 45,5% de las chicas lo hacía (p < 0,001).
De forma espontánea, el 77,2% relacionó el consumo de tabaco con el cáncer, el 12,8% con enfermedades respiratorias y cáncer, el 0,9% con enfermedades respiratorias, el 2,1% con enfermedades cardiovasculares y un 7,1% no lo relacionó con ninguna enfermedad.
Al finalizar el programa, se valoró la influencia de nuestra intervención y se obtuvieron los siguientes resultados: cumplimentaron la encuesta 313 alumnos (156 chicos y 157 chicas), de los cuales 87 se declaraban fumadores (27,8%); por sexos, 28 varones (17,9%) y 59 mujeres (37,5%). Un 78% afirmaba que el programa no había influido directamente sobre su consumo de tabaco, el 84,3% declaraba tener más conciencia de los efectos perjudiciales del tabaco, el 66,8% se planteaba no fumar en el futuro y un 91% opinaba que se deberían impartir más charlas sobre tabaquismo y que les habían resultado bastante interesantes.
Discusión
Nuestro estudio aporta una prevalencia de consumo de tabaco en estudiantes de edades comprendidas entre los 13 y 18 años del 18,1% para los chicos y del 36,1% para las chicas. Esta prevalencia superior en las chicas ya se observaba en los datos obtenidos en la Encuesta Nacional sobre Drogas del año 20003, en el estudio realizado por Muñoz et al13 en Fuenlabrada y en el de Abu-Shams et al4 llevado a cabo en Navarra. La edad está asociada al consumo de tabaco, de modo que éste aumenta progresivamente desde los 13 hasta los 18 años. En los chicos se incrementa hasta los 16 años, cuando existe un punto de inflexión y comienza a descender. En las chicas el comportamiento es diferente: aumenta de forma progresiva con la edad y alcanza el máximo consumo a los 18 años.
Los principales motivos para iniciar el consumo declarados por nuestra muestra (probar algo nuevo y el hecho de que los amigos fumasen) son similares a los publicados en el estudio realizado en Salamanca por Barrueco et al1. En nuestro trabajo destaca el alto porcentaje de estudiantes que, aunque se declaraban no fumadores, habían probado en alguna ocasión un cigarrillo. Este porcentaje era mayor en las chicas que en los chicos (el 60 y el 42%, respectivamente) y aumentaba de forma progresiva con la edad, mientras que en el estudio de Barrueco et al el número de estudiantes que habían probado el tabaco era menor en las chicas que en los chicos.
El motivo más frecuente para no seguir fumando era el miedo a las enfermedades que pudiese ocasionarles el tabaco en el 36,2%, lo que coincide con lo descrito recientemente por Sánchez Agudo14, y en el 34,5% el mal sabor del tabaco. En cuanto a las enfermedades que los escolares relacionaron con el consumo de tabaco, las más comunes fueron el cáncer (sin especificar el tipo), con un 77,2%, y enfermedades respiratorias y cáncer (12,8%). En cambio, otros autores como Barrueco et al1 destacan también como respuesta más frecuente la cardiopatía isquémica.
En los estudiantes de secundaria el tabaquismo se ha asociado en varios estudios1,15,16 con el consumo de alcohol y con el hecho de tener amigos o familiares fumadores. Nuestra serie demuestra dicha relación, con un 90% de amigos fumadores si el escolar fumaba, frente a un 65,9% si no era fumador, como confirman otros estudios14,17. Respecto a los familiares, la tendencia es similar: más alto porcentaje de escolares fumadores si en el ambiente familiar se consume tabaco. Dentro del entorno familiar el mayor factor de riesgo para el adolescente es tener un hermano fumador, más que el hecho de que fume el padre, la madre o ambos. Esto podría explicarse porque en estas edades el modelo en el que proyectan sus aspiraciones es el hermano mayor, no los padres2. En nuestra muestra, mientras que sólo el 8,2% de los escolares no fumadores tenía un hermano fumador, el 24,2% de los escolares fumadores convivía con un hermano fumador.
Llama la atención que el porcentaje de chicas fumadoras doblara al de chicos fumadores, así como el hecho de que, mientras que el 83,6% de los varones practicaba algún deporte, únicamente lo hacía el 45,5% de las mujeres. Esta circunstancia se ha observado en varios estudios15,18 y se ha comprobado que los programas dirigidos a aumentar la actividad física podrían ser efectivos para reducir el consumo de tabaco19,20. Por lo tanto, sería muy interesante organizar programas adecuados para fomentar la práctica del deporte en la juventud, y sobre todo en el sexo femenino, e incluir la práctica del deporte en programas de deshabituación orientados a mujeres20.
Diversos estudios demuestran que los colegios constituyen un medio ideal para prevenir el consumo de tabaco en los jóvenes21,22 y constatan el gran beneficio que supone la educación sanitaria directa en los adolescentes2,23. En el nuestro se ha observado que, aunque el proyecto no influyó de forma inmediata en el consumo de tabaco de los escolares, sí influyó claramente en el conocimiento de sus efectos perjudiciales y en el deseo de no fumar en el futuro (66,8%). Este hecho justifica la necesidad de seguir reforzando los conocimientos que permitan a los jóvenes cambiar de actitud en sus primeros contactos con el tabaco.
El estudio de los hábitos de consumo de tabaco en la población escolar contribuye a mejorar el conocimiento del problema del tabaquismo en nuestro medio para poder plantear estrategias de prevención lo más eficaces posibles. La prevención debe ir encaminada especialmente a este grupo de población, y los centros escolares son el marco idóneo para el estudio de estos hábitos. A pesar de la variabilidad de los resultados obtenidos en distintos estudios, estos programas deberían incluirse de forma sistemática en los contenidos educativos de los centros escolares1 y no constituir, como hasta ahora, escasísimas iniciativas aisladas. Consideramos que el presente estudio pone de manifiesto, una vez más, que la educación sanitaria es útil para frenar el inicio del consumo de tabaco en los jóvenes.